7.12.11

Palabras de un necio

Hoy me apetece simplemente copiar un discurso que aparece en la serie de televisión "Yo, Claudio", que recomiendo a todos aquellos que todavía no la hayan visto, entre los que se encuentran grandes amigos míos de cuyo nombre no quiero acordarme. 
Se trata del discurso que pronuncia Claudio delante del Senado justo después de ser proclamado emperador contra su voluntad. No es necesario que les ponga al día sobre cómo era Claudio, o los motivos que tuvo para dirigirse así al Senado, ya que el propio discurso se encarga de ello. 
Resulta que Claudio es mi emperador favorito (todos los freaks de estas cosas tenemos uno). Me parece un hombre que supo hacerse valer más por su condición que por su posición, algo que admiro mucho en las personas, ya sean emperadores o fontaneros. 
Así que nada, aquí les dejo el discurso, espero que lo disfruten. 

"Senadores, es cierto que soy duro de oído, pero siempre me ha gustado escuchar con atención. Respecto a hablar, sí, es cierto que soy tartamudo. ¿Pero acaso no es más importante lo que un hombre dice que el tiempo que tarda en decirlo? Y es cierto, por último que no tengo experiencia de gobierno, ¿pero acaso vosotros tenéis más? Yo al menos he vivido con la familia imperial que ha gobernado en Roma desde antes de que hubiera nacido ninguno de nosotros. He observado como actuaba más de cerca que ningún senador. ¿Vuestra experiencia es mayor que la mía?
Y en cuanto a mi falta de ingenio, que puedo decir, salvo que he sobrevivido hasta llegar a mi edad siendo medio tonto mientras miles de listos morían con su genio intacto. Es evidente que la calidad de la inteligencia es mas importante que la cantidad."


  Derek Jacobi interpreta al bueno de Claudio en 
        esta serie de la BBC que se convirtió en una de la
más aclamadas de la historia de la televisión. 

¡Por cierto! Acabo de ser informada de que se prepara una nueva versión de "Yo, Claudio", producida por la HBO. Sin duda es una gran noticia, pero hay que ser prudente, estamos hablando de igualar/superar un clásico de la televisión inglesa.  











16.10.11

La dieta de la "Tártar..."

Antes de nada, disculpen el chiste del título, sé que no es muy bueno pero alguien me lo ha sugerido después de leer el post y no he podido negarme, me he estado riendo como una tonta un buen rato. 

¡Hablemos de tormentos! ¡Yuju!
En esto los griegos y los romanos eran los putos amos, como diría Guardiola.
En serio, miren, los chinos se han llevado la fama, pero no vamos a engañarnos, si ustedes tienen el inmenso placer de coger un libro de mitología un día de estos se darán cuenta que a retorcidos no les gana nadie a nuestros antepasados.
Voy a hablarles de el Tártaro, y es que me he dado cuenta que el tema del morbillo mortal atrae bastante.  El Tártaro era el “infierno” católico, una prisión con tres muros y con un río de fuego y con tres furias que empuñaban antorchas y látigos ensangrentados y chorraditas de estas salidas como de una mente infantil siniestra.


El Tártaro...es un poco Mordor ¿No?

Allí iban los malos malísimos, y los tormentos pues se adaptaban más o menos a los reos. También eran condenados al Tártaro aquellos seres inmortales que habían sido castigados por los dioses por tocarles demasiado las narices, cómo en el caso de Prometeo (véase “A un titán nos encomendamos”) que a pesar de no estar en el Tártaro lo condenaron bastante fuerte con el tema de el águila, el hígado y toda la mandanga.

Hoy seguiré con Tántalo.
Este hombre era hijo de Zeus y de Pluto, y fue rey de Frigia (Asia Menor) hasta que la lió y su propio padre lo mandó al Tártaro.
Por ser hijo de Zeus fue invitado a comer a la mesa de los dioses, un privilegio que sólo se le concedía a unos pocos elegidos.  Como quería fardar con los amigotes se puso a contar todo lo que había sucedido en la comida y a repartir néctar y ambrosía que había robado.  Pero bueno, supongo que ser hijo del dios de los dioses tenía sus ventajas porque se lo pasaron por alto.
Poco tiempo después decidió corresponder a los olímpicos ofreciéndoles un banquete. Todos acudieron con mucha alegría y apetito, porque la comida empezó a escasear. Tántalo, viéndose en un apuro, decidió, después de una larga meditación, escoger la opción más lógica, que era servirles a su propio hijo Pélope . Lo descuartizó y lo echó a la olla. Bien. 
Como supongo que imaginarán, todos los dioses se echaron para atrás con un gesto de repulsión, todos excepto Deméter, que había perdido recientemente a su hija Perséfone y andaba algo despistada, así que se comió un hombro de Pélope.
Zeus, muy enfadado y avergonzado de su propia estirpe, metió la carne de Pélope en una especie de marmita mágica en plan Panorámix y el chaval volvió a recomponerse, eso sí, con un fuerte olor a ajo, me imagino.
Le faltaba un hombro, recordemos que Deméter se lo había comido, así que Hefesto, el herrero de los dioses, le construyó uno de marfil (supongo que hubo que matar a un elefante para eso).
Pero a Pélope no le auguraba un gran futuro,  porque Poseidón, rey de los mares, lo raptó y lo convirtió en su amante, creo que medio a la fuerza, en fin...en la mitología la pederastía y el parricidio estaban en el orden del día...


Poseidón, muy enamorado de Pélope le regaló una cuadriga con unos caballos estupendos. También hay una península griega que lleva su nombre: El Peloponeso. 


Lo último fue ya un rifi-rafe que hubo entre Tántalo y Zeus por culpa de un perro sagrado. Que si “te pedí que lo guardaras tú”, que si “no sé de que perro me estás hablando”, que si “vas a pagar por esto, que ya está bien”, que si “me despisté un momento y se salió”, que si “me habías dicho que no sabías de que perro te estaba hablando”…cosas de familia.
Zeus se lo cargó aplastándole la cabeza con una roca (muy sutil) y lo mandó derechito al Tártaro.
Allí Tántalo sufre una tortura bastante malintencionada que me recuerda al método Dukan ese.
Se encuentra en una laguna, con el agua por las barbilla. Sobre su cabeza cuelgan unas ramas con frutas jugosas que tienen una pinta de morirse. El problema es que cuando Tántalo, deshidratado y desnutrido, intenta coger una fruta o beber algo de agua, éstas desaparecen de su alcance, por los siglos de los siglos. Por si eso fuera poco, una roca bastante grande pende oscilante justo encima de su cabeza, aunque sinceramente, ha muerto de una pedrada en la bola, no sé, a mi ya no me daría tanto miedo eso, la verdad…


¿Es un poco el quiero y no puedo verdad? Se le pueden sacar tantas lecturas...

El próximo día, que será pronto, lo prometo, les hablaré de Sísifo, otro que sufrió tormentos en el Tártaro por intentar engañar a los dioses. (Los dioses odian que alguien sea más listo que ellos, como habrán comprobado…)

PD: Si alguno de ustedes se pierde con el nombre de los dioses no dude en consultar “Los dioses y la madre que los engendró” para tener claro quién es Deméter, Zeus, Poseidón, Hades y demás entes. 

22.8.11

Ser virgen era lo más...


Con la que se ha formado con el tema de la visita del Papa y tal, no podía perder la oportunidad de hablarles de uno de los cultos religiosos más afianzados en el corazón de los romanos y, en mi opinión, uno de los más bellos.  Me refiero al culto a la llama sagrada, al fuego de Vesta.

Vesta, Héstia para los griegos, como seguramente recordarán de mi post anterior “Los dioses y la madre que los engendró” (y si no es así les invito a que se pasen y se lo lean) era hija de Rea y Cronos, y era la diosa de la arquitectura, de la cocina y del hogar.



Aquí tienen a Vesta, lo de la izquierda es un cuenco con una llamita...

A simple vista no parece demasiado, pero en realidad para los romanos la figura del hogar era muy importante. Y no sólo me refiero al hogar como el lugar donde la familia romana tenía sus más y sus menos, si no también a lo que va siendo la chimenea. En ella se cocinaba, se realizaban los ritos sagrados y daba calorcito en invierno. Por eso, el fuego era veneradísimo y era importante cuidarlo.
De ello se encargaban las vírgenes vestales, mujeres seleccionadas para ser las encargadas de vigilar el fuego sagrado de Vesta, que se encontraba en los templos dedicados a la diosa.

Las vírgenes vestales  (cuyo equivalente más cercano serían las monjas) rendían culto a la diosa y eran escogidas de entre las más bellas mujeres de la ciudad a la edad de 6 a 10 años. Las niñas debían ser de padres romanos y que tuvieran una perfecta condición física. Se las separaba de su familia, y como a los romanos les encantaba eso de dejar las cosas claras, se las ataba con una cuerda a un árbol como para dejar claro que ya no dependían de la misma.  Después se les cortaba el pelo a lo Juana de Arco y empezaban a recibir instrucción.

Generalmente, las vírgenes vestales eran seis y permanecían treinta años en el templo. 10 eran dedicados al aprendizaje, 10 al servicio de la diosa y otros 10 a la instrucción de nuevas candidatas. Cuando terminaban esos treinta años, las vestales eran liberadas de sus servicios y tenían pleno derecho a casarse si les apetecía, pero generalmente permanecían vírgenes en el templo (recordemos que con 30 y pico años, una romana ya era considerada bastante madurita, si es que no tenía un pie en la tumba casi).



Esta señora era vestal...ya les digo que "Clarins" ha hecho milagros...


¿Y a qué se dedicaban? Pues básicamente procuraban que el fuego de la diosa Vesta no se apagara nunca, mantenerlo encendido constantemente. Fin. Seis personas para eso, así hacían las cosas los romanos, y así de bien les iba en realidad. Hay que tener en cuenta que si por lo que fuera el fuego de Vesta se apagaba, se montaba un cristo de aquí te espero. Era de muy mal gusto y augurio, implicaba que había que buscar las causas, charlas sobre el tema, expiar el templo y volver a encenderlo con la luz del sol. La vestal que había estado de guardia cuando se apagaba el fuego era azotada.
Otra obligación de las vestales era permanecer vírgenes y puras durante el tiempo que estuvieran como sacerdotisas. Vesta permaneció virgen siempre, aunque fue bastante cortejada.
Castigos para las que les iba la marcha había muchos, cada cuál más cruel y sanguinario. Se empezó por la lapidación, pero un rey posterior, Tarquinio, se inventó un castigo horroroso. Si se sorprendía a una vestal rompiendo sus votos de castidad, lo primero que se hacía era despojarla de la vitta (el velo que la identificaba como sacerdotisa) y todas las insignias religiosas y de prestigio. Hasta ahí dirán “Bueno, me parece lógico”, pero no señores, estamos hablando de los romanos, nunca era suficiente.
Se envolvía a la mujer en un sudario para cadáveres y, transportada en una litera, se paseaba por la ciudad como si se tratara de un entierro normal. Después, una vez en el Campus Sceleratus (como el cementerio de hoy en día), se abriría una cripta con una escalera y se obligaría a la vestal a descender. Allí se la encerraría y se la enterraría viva. También le dejarían pan y agua para prolongar el sufrimiento. Ahí es nada. Sólo hay 22 casos documentados de vírgenes (o no tan vírgenes) vestales juzgadas y castigadas en la historia. No creo que haga falta que se pregunten porqué.



Vírgenes vestales, resignadas pero vivas...

Pero en realidad ser vestal molaba bastante. Para empezar eran mujeres completamente independientes y veneradas por todos y cada uno de los ciudadanos romanos. El respeto hacia ellas era indiscutible, y gozaban de privilegios que en aquella época eran casi impensables para una mujer. Tenían las mejores plazas en el anfiteatro y en los teatros, eran invitadas a las fiestas de más alto copete de la ciudad y tenían incluso el poder de indultar a un condenado a muerte.
Esto era bastante gracioso, en realidad la cosa iba de la siguiente manera: Si una vestal iba caminando por la ciudad y se encontraba por casualidad (eso era muy importante) con un reo camino de la ejecución tenía el poder de indultarlo y perdonarle la vida. Pero tenía que ser por casualidad, nada de encuentros pactados.
El templo de Vesta era tan importante para los romanos que documentos muy significativos fueron guardados entre sus muros, entre otros, el testamento del emperador Augusto.



Foro Romano, el templo de la izquierda, el que es como alargadito y tiene esculturas, es el de las vírgenes vestales. 


Finalmente la llama de Vesta fue apagada personalmente por el emperador Teodosio cuando decretó como prohibidos los ritos paganos.
Así le fue de bien: al cabo de unos años los bárbaros entraron a saco en la península acabando con el Imperio Romano Occidental. Y es que no creo que haya nada peor que una Diosa enfadada y con un estado de carencia tan grande. 

31.7.11

Nacer pa' esto...

 Estimados lectores y demás: Antes que nada me gustaría disculparme por el abandono que ha sufrido “La vendetta de Remo” en las últimas semanas/meses. Ya se sabe que el astro rey influye muchas veces en lo que va siendo la resolución de tareas varias.
Pero bueno, como decía Gandhi, hay dos días de la semana por los que no debemos preocuparnos: ayer y mañana, así que vamos a ello.

Hoy me gustaría hablar de los hijos, de lo que va siendo la procreación en la época de los romanos, teniendo en cuenta que cada vez se oye más por la calle aquello de: “Sobran viejos y faltan críos”.



Niño romano con toga. ¿Tiene como mucha oreja no?

Para empezar, dejar claro que la vida de un romano medio era de aproximadamente 40 años para un hombre libre y 30 para un esclavo, eso siendo optimistas. Motivos para esa esperanza de vida había muchos, a saber:

- Estamos hablando de una época donde la medicina no había avanzado demasiado.  Además, los matasanos estaban muy mal vistos en esa época, ya lo decía Plinio el Viejo, que Roma era “Sine medicis…nec tamen sine medicina” es decir “Saludable sin médicos, pero no sin medicina”. 

- Por otro lado, Roma era una tierra de conquistadores, se sabe que en la mayoría de las familias de la urbe romana al menos un miembro había participado de  forma activa o pasiva, en alguna de las numerosas guerras que se libraban cada año. Que si ahora se nos alborotan los germanos, que si parece que los egipcios asoman la cabecilla, que si tenemos a los galos revolucionados, un no parar, vamos. El caso es que muchos romanos sanos morían en el campo de batalla, y teniendo en cuenta que la franja de edad permitida era de entre 16 años y 20, pues ustedes me dirán…

- Roma como ciudad en si, era bastante violenta. Había muchos alborotos de toda índole, eran un pueblo guerrero y bastante orgulloso. Además se sufría asiduamente de hambruna, así que se provocaban carnicerías frecuentemente.

-  Livia la esposa de Augusto, vivió 86 años (mala hierba nunca muere). ¡Imagínense a cuanta gente se cargó durante ese tiempo.

El último punto es una pequeña broma que he querido incluir, aunque yo no la descartaría del todo…

Una vez aclarado esto, llega el momento de abordar el tema del “churumbeleo”.

Uno de los pilares en los que se sustentaba la sociedad romana era la familia. Se sabe que en la época de Augusto, el propio emperador realizó charlas y reuniones con los solteros nobles de la ciudad, echándoles la bronca por preferir tener relaciones con prostitutas y esclavas antes de buscarse una mujer y formar una familia. De la misma forma, premió generosamente a todos aquellos hombres que sí estaban casados, y que, como buenos romanos, devolvían a Roma lo que Roma les había dado a ellos: soldados que protegieran sus hogares.


¡Que bonicos y felices se les ve!

No nos engañemos, si Augusto quería que se formaran familias era porque veía en cada una de ellas, a un par o tres de críos que con 16 años estarían defendiendo los intereses del imperio. Parece básico, sí, pero gracias a ése espíritu “familiar”, la sociedad romana sobrevivió y se convirtió en el imperio más próspero que ha conocido la humanidad hasta el día de hoy.
Me gustaría añadir que Augusto solo tuvo un descendiente, y encima era una hija, Julia, mientras que a Livia, con la que convivió durante 50 años, no la embarazó ni una sola vez. No hay nada como predicar con el ejemplo.

Aun así, no hay que confundirse, porque no todos los hijos valían. Me explico.

El parto se realizaba generalmente en casa,  con ayuda de una partera y de los dioses del hogar, entre los que se encontraba Juno, diosa de los partos. Cuando el bebé nacía, y si la madre seguía respirando (cosa que no siempre ocurría) la partera dejaba el niño en el suelo y se llamaba al padre. El padre como figura principal de la familia, el “pater familias”, miraba al niño como desde arriba, en un plano picado, y si le parecía que lo tenía todo en su sitio, lo levantaba y lo cogía en brazos. Eso significaba que lo aceptaba como hijo suyo, y ya después realizaban las tareas de limpieza y tal. Por otro lado, si al padre no le gustaba el hijo, por lo que fuera (deformidades físicas, por sospechar que no era hijo suyo, etc) simplemente mandaba que lo sacaran de su casa y lo dejaran en la puerta, para que, si le interesaba a alguien, se lo llevara.  Hay que tener en cuenta que un ciudadano romano antes era hijo del Estado que hijo de su padre y de su madre, así que generalmente había más rechazos de hembras que de varones (menuda novedad).

 

Fíjense, la partera no quiere ni mirar...

Y ustedes se preguntarán ¿Y la madre? ¿La madre que hace? Pues la madre se calla y apechuga, que para eso es la mujer y aquí ni pincha ni corta ná. El “pater familias” era el único miembro de la familia que no debía respeto a nadie, y que poseía el derecho de la vida y la muerte tanto de su mujer como de sus hijos, incluso cuando estos ya eran mayores de edad. Se dieron casos de hombre que vendieron como esclavos a sus hijos, ya casados, para saldar sus propias deudas. Por suerte, esta ley se cambió, para que las esposas de esos hijos no se vieran de repente renegadas a la posición de “mujer de un esclavo”.

Una vez el bebé era acogido se celebraban las típicas ceremonias que a los romanos les encantaban, para purificar al niño, y para que los dioses le echaran un ojo de vez en cuando, y se les daba un nombre (praenomen), de los que ya hablé en mi post “¿Cómo decías que te llamabas?.
También se le ofrecía al recién nacido un colgante en forma de bolsita o cajita que contenía dentro un amuleto para el mal de ojo llamado “bulla”. Los niños y las niñas llevaban la “bulla” al cuello hasta que alcanzaban la mayoría de edad, momento en el que se la ofrecían a Hércules o a Juno, respectivamente.


"Bulla" romana...los niños y niñas romanos andaban encorvados hasta que alcanzaban la mayoría de edad...

Prometo seguir con el tema de la familia romana en breve pero ahora...¿Pero que hacen ahí sentados todavía? ¿No se han enterado que estamos en crisis? ¡Hagan el favor de ponerse a procrear por el bien del Estado!

16.5.11

A un titán nos encomendamos...

Parece que haga eones que no escribo en el blog, y es que el tiempo pasa volando cuando una trata de acostumbrarse a su vieja polis, después de llevar un tiempo de viaje por otras provincias.

He empezado a leer un nuevo libro, se llama Mitología Griega y Romana, de  J Humbert, i por el momento, es bastante prometedor. Les recomiendo que se lo lean si quieren profundizar un poco más en el tema de la mitología, aunque no es el libro que recomiendo para los novatos, ya que puede parecerles un tanto aburrido y monótono si no están familiarizados con el vocabulario mitológico estándar.

Siguiendo con el tema de los dioses, supongo que debería empezar a hablarles de los Olímpicos, pero no, creo que no voy a hacerlo así. Creo que voy a empezar por Prometeo.
Y es que Prometeo señores, es el ente al que todos deberíamos venerar más. Sin duda alguna, si no fuera por Prometeo la raza humana se habría extinguido ya hace mucho.
Prometeo era un titán, sí, de la misma raza que Cronos, el dios del tiempo, padre de Zeus y toda la camada Olímpica. Dicen que cuando Hera (esposa de Zeus) era adolescente, fue violada por un Gigante, y que debido a esto la diosa engendró a Prometeo.
La existencia de Prometeo no era plato de buen gusto para Zeus, ya que él sí podía, con perdón de la expresión “tirarse a todo lo que se movía”, pero que su mujer engendrara a alguien de forma extramatrimonial, aunque fuera a causa de una violación, eso ya era harina de otro costal.
Pero no nos engañemos, Zeus no sólo odiaba a Prometeo por ser un bastardillo más.




Spoiler de la historia de Prometeo. 

Primero de todo hay que tener en cuenta una cosa muy importante, una verdad universal: Los humanos a los dioses les importamos un pito. En realidad, no somos más que juguetes con los que es agradable jugar un rato, despiezarlos, montar guerras épicas, planear secuestros de damiselas, pero que, una vez mamá los llama para cenar, sólo dejan arrinconados convirtiéndonos en un estorbo para ellos.
Así nos veía Zeus cuando aparecimos en éste mundo, como un estorbo, como un error que había que sanar, eliminar. 
Pero aun así, decidió hacerlo de una forma original,  recreándose en su poder, y consiguiendo sólo que el tiro le saliera por la culata.
Ordenó a los humanos que le ofrecieran sacrificios animales, creyendo así que si éstos sacrificaban toda la comida que tenían, morirían por inanición. Básico pero efectivo si se para uno a pensarlo.
Con lo que Zeus no contaba era con nuestro colega Prometeo, que decidió echarnos una mano, me gustaría pensar que para bien.
Ordenó que se sacrificara un buey en honor a Zeus, pero hizo dos montones. En uno, Prometeo colocó la piel, las vísceras y la carne dentro del estómago del animal, mientras que en el otro puso los huesos, pero los cubrió con la grasa.
Cuando se le pidió a Zeus que escogiera el montón que comerían los dioses, éste se decidió por la grasa, pensando que ahí estaba toda la chicha, pero ¡Oh sorpresa! Se encontró solo con los huesos.
Desde ése momento, en los sacrificios a los dioses siempre se quemaban los huesos, pero la carne se la quedaban los humanos. 
Zeus, como es natural, se cabreó bastante al verse ridiculizado y, como castigo, nos arrebató el fuego.
Pero Prometeo robó el fuego para nosotros del monte Olimpo. Le costó lo suyo pero lo consiguió, y nos lo devolvió consiguiendo así que la raza humana siguiera su curso. Supongo que si ahora Prometeo viera en lo que nos hemos convertido, alomejor se lo pensaba dos veces, o se hacía un poco más de rogar.



Prometeo con el fuego en la mano, ya mostraba entonces expresión dubitativa...

El caso es que a Zeus esto ya le pareció demasiado, y es que nunca hay que ofender a los dioses, porque siempre acabas perdiendo.
Zeus mandó a Hefesto, del que hablaremos más adelante, que le hiciera una mujer de arcilla, Pandora. Otorgó a Pandora toda clase de virtudes, belleza, sensualidad, carisma, algo de frivolidad y un poquito de mala leche para rematar.
Después, se la dio en matrimonio a Epimeteo, un hombre que en realidad no pinta mucho si no fuera porque era el hermano de Prometeo. Y mira que Prometeo le dijo: No aceptes regalos de los dioses, no pueden traer nada bueno. Pero Epimeteo no hizo caso a los consejos de su hermano y se desposó con ella. Con lo que nadie contaba era que de regalo con el "pack especial de esposa" venía una caja muy especial. Ésa caja contenía todos los males de éste mundo. Fue solo cuestión de tiempo que Pandora, movida por la curiosidad, abriera la caja y condenara a los humanos a una vida de miseria y penurias. Lo único que quedó atrapado dentro de la caja  fue la esperanza, cuya existencia proviene de los propios humanos y es lo que muchas veces hace falta para combatir las desgracias.



 Pandora y la cajita de marras.

Bueno, Zeus ya se había vengado de los humanos, y de qué manera…Pero todavía no había terminado.

Mandó atar a Prometeo a una   piedra del Cáucaso y le infligió una de las peores torturas que se recuerdan en la mitología.
Todas las mañanas, Zeus mandaba a una águila  para que se comiera el hígado del Prometeo, pero como éste era inmortal, por la noche el hígado le volvía a crecer, enterito y jugoso para ser el aperitivo del águila a la mañana siguiente.



 ¿A alguien le apetecen unos higadillos?

Aunque el castigo debía ser eterno, finalmente Prometeo fue liberado por Heracles (Hércules) a cambio de cierta información para realizar una de sus gestas.
Se puede deducir que, al final, quien tiene la información tiene el poder, así que les aconsejo que se procuren algún que otro chismorreo del vecino por si las moscas.

Por cierto. ¿Se han fijado que las mujeres siempre acabamos siendo las que metemos la pata? Eva, Pandora…en fin.  
Supongo que sólo nos queda rezar por que nunca tengamos que volver a necesitar la ayuda de Prometeo, porque me parece que, en ése caso, deberemos ser nosotros los que pongamos el hígado en el altar de los sacrificios. 

28.4.11

¿Cómo decías que te llamabas?


Si recuerdan, en mi último post “Si el río suena…veneno lleva” les comenté que nunca le pondría a mi hija el nombre de Livia. Releyéndolo he pensado que ya va siendo hora de que les hable sobre los nombres romanos, sobre el origen y la estructura, porque es bastante curiosa.
Hoy en día uno se llama Jesús Cabeza Compostizo o Elena Nito del Bosque, por ejemplo, y todos entendemos que a parte de haber tenido una infancia muy dura, ésta gente tiene un nombre, un primer apellido y un segundo apellido. Cómo todo el mundo vamos, pero con ración extra de collejas.
En la época de los romanos esto no era exactamente así.
Ellos gozaban de un praenomen, es decir, el nombre propio, un nomen, que era el nombre de la familia (como el apellido), y un cognomen, que generalmente se usaba para acabar de identificar al individuo, ya sea con un mote, o especificando mejor la rama de la familia a la que pertenecía.

Lápida de un tal Lucio Statorio Iucundilo, quién le iba a decir a él que estaría tan bien conservada a estas alturas de la película...

No sé si se han estado fijando, pero la mayoría de los personajes que han salido en el blog, tienen nombres muy parecidos, y muchos de ellos se repiten. Eso no es de extrañar ya que, por ejemplo, al final de la República sólo existían  dieciocho praenomen, es decir, dieciocho nombres propios. Eso era todo. Así que por narices necesitaban el nomen y el cognomen, o no había manera de entenderse. 
En general, el nombre de pila no era muy importante, y cuando se citaba a la gente, era bastante habitual abreviarlos, por ejemplo:

Ap.: Appius
A.: Aulus
C.: Caius / Gaius
D.: Decimus
Y etc.

Lo considerado más importante era el nomen, es decir, el apellido familiar, que quizá les suenen más, por ejemplo la familia Iulia, de la que he hablado en más de una ocasión, o la familia Tulia. Así hasta cuantas familias hubieran. Se deduce que había más variedad entonces en el nomen que en el praenomen, lo que es bastante curioso, sobretodo hoy en día, que es costumbre poner a los churumbeles nombres cada vez más rocambolescos.

El cognomen es lo más divertido. No todos los ciudadanos tenían el “honor” de poseer uno, sólo los que pertenecían a familias patricias o eran conocidos por algo, ya fueran actores, escritores, historiadores, etc.
Se utilizaba para acabar de especificar, para que no hubiera duda de que estás hablando de tu primo y no del hijo del vecino, que curiosamente también se llama Marco Cornelio (no era tan raro).
Esto me lleva a la nostalgia de los días del colegio, en los que existían el gafotas, la granos, el enano o el cojo (sí, hay gente que es muy jodida cuando son niños).
Pues el cognomen era básicamente esto, si un pobre hombre tenía la desgracia de tener acné, pues después de Marco Cornelio le ponían Cicerón, que viene de cicero (grano). Así que si decías, “Sí, Marco Cornelio…”, y te miraban con cara de extrañados decías: “¡El de los granos!” y todo quedaba resuelto.

Hay muchos hombres ilustres de la época a los que se les ha acabado conociendo por su cognomen:

César: Significa cabellera, debía tener un pelazo de ensueño.
Escipión: Significa bastón, sería una especie de House a la romana.
Claudio: Significa cojera, y es que aparte de llamarse así por pertenecer a la familia Claudia,  nació desproporcionado, eso no se lo puedo negar...


Y así podríamos seguir y seguir, porque, lo que se solía hacer es que cuando un personaje notable era conocido por el cognomen, sus descendientes también lo acababan adoptando, convirtiéndose en un segundo apellido y dando lugar a un cuarto nombre, un segundo cognomen.  Así que por ejemplo, todos los emperadores eran llamados Césares, pero dudo que todos tuvieran pelazo de ensueño. 


 Divino Augusto Padre, reza esta moneda. Augusto fue designado como César por el propio Julio. 

A parte, también existían los agnomen, que generalmente sólo eran concedidos a aquellos generales que habían conseguido algún tipo de gesta en países extranjeros. Germánico, padre de Calígula, fue nombrado así porque pacificó la provincia de Germania. Los agnomen eran un reconocimiento muy elevado y muy pocos consiguieron ése honor.

Sé que todo esto puede sonar un tanto complicado, así que aquí viene un clarificador ejemplo:

El emperador Calígula (van a empezar a pensar que tengo algún tipo de obsesión con este hombre) se llamaba en realidad: Gaius (nombre de pila) Iulius (era perteneciente a la familia Julia) Caesar (cognomen adoptado de Julio César) Augustus (segundo cognomen adoptado del emperador Augusto i que generalmente adoptaron todos los emperadores después de él) Germanicus (agnomen heredado de su padre Germánico).
Pero se le acabó llamando Calígula
¿Por qué? Pues por lo que comenté en el primer post: De pequeño se probaba las caligas de los soldados romanos.  Calígula significa botitas, y ése resultó ser su cognomen.

Había otros tipos de cognomen, como por ejemplo “hijo de” (algo que se sigue estilando hoy en día en algunas regiones) o “esclavo de” (algo que ya no se estila para nada en ninguna región).

Antes de terminar me gustaría hablarles un poco de los nombres de las mujeres. Las mujeres eran un auténtico cero a la izquierda y no tenían praenomen, así que era común simplemente llamarlas por el  nomen de la familia en femenino.  Si era de la familia de los Iulius, pues Julia, si era hija de Agripa, pues Agripina, y a otra cosa.
Como máximo, les ponían detrás un cognomen como Minor o Maior, para diferenciarlas y se acabó.
Por cierto que Livia es un cognomen que significa: La de color aceituna.



 Para acabar de rizar el rizo, les presento a Agrippina Maior, esposa de Germánico y madre de Calígula. 


Les propongo un pequeño juego. El nombre más largo conocido en la época romana es el de un cónsul de 169 d.C (se les empezaba a ir la olla) con treinta y seis cognomina
Uno de ellos está repetido dos veces, y el otro tres. ¿Saben decirme cuáles son?

El nombre en si era:  Quinto Pompeyo Seneción Roscio Murena Celio Sexto Julio Frontino Silio Deciano Gayo Julio Euricles Herculano Lucio Vibulio Pío Augustano Alpino Belicio Solerte Julio Apro Ducenio Próculo Rutiliano Rufino Silio Valente Valerio Nigro Claudio Fusco Saxa Amintiano Sosio Prisco.

¡Suerte!