Hola a todos! Como ya prometí, aquí empieza mi nuevo post,
esta vez hablándoles de algo tan indispensable como el comer. Y es que, como es
de esperar, en la época romana se comía, y si eras rico y poderoso bastante, y
bastante raro por cierto.
Por desgracia, y como sigue pasando hoy en día, no era la
misma mesa la de los ricos que la de los pobres, ya que era bastante común que
los pobres comieran más bien poca carne y sufrieran hambrunas cada dos por tres
(sobretodo cuando los poderosos decidían gastarse el dinero en cosas muy útiles
como burdeles, construcciones de magnos palacios y demás proyectos
imprescindibles)
Antes del imperio, lo normal es que el pueblo romano comiera
aquello que le proporcionaba la tierra y el trabajo esclavista, es decir: el
cereal, las hortalizas, la leche y los huevos. Es curioso descubrir que su
dieta era bastante equilibrada y no solía sobrepasar las 3.000 calorías. Los
ricos tomaban mucha leche, carne de cerdo, aceitunas y queso, mientras que los
pobres se acostumbraron a las sopas de vino (básicamente pan mojado en vino) y
al puls, unas gachas de harina de trigo que salvaron la vida a miles de romanos
hambrientos durante casi 300 años. También fue la época en la que se empezaron
a especiar las carnes con pimienta, miel, ortigas y demás.
El vino era un alimento básico en la dieta romana, pero como
todavía no se había aprendido a conservarlo adecuadamente, generalmente se
servía con especias o aguado para tratar de disimular el sabor. Conozco algunos
bares en los que la milenaria costumbre de aguar el vino se sigue llevando a
cabo. Entrañable.
Otro punto importante eran las frutas, y es que los romanos
instauraron en seguida lo que hoy se conoce como “Dieta Mediterránea” y eran
grandes consumidores de fruta. Especialmente de higos, ya que a parte de ser
algo que se conservaba con facilidad, resultaba ser el alimento más dulce que
existía en ése momento (recordemos que el azúcar llegó con bastante retraso a
Europa, se estaban poniendo finos los del otro lado del charco.)
En fin, la cosa parecía que iba bien pero hay que reconocer
que todo el día comiendo aceitunas y leche puede llegar a ser aburrido así que,
poco a poco, los gustos de los romanos ricos se fueron refinando hasta llegar a
las altas esferas de la demencia.
Me gustaría recordar que en la casa de un patricio se solía
comer cuatro veces al día, a saber: Desayuno, comida, merienda y cena. La cena
era la comida más importante del día y acostumbraba a reunir a toda la familia
en una sala despejada llena de lechos llamados triclinios, donde todos se
tumbaban a disfrutar de cenas cada vez mas exóticas.
Si bien es cierto que una cena informal consistía en huevos,
puerros, gachas y judías, cuando invitaban a amiguetes la cosa se ponía interesante:
Ostras, melón, trufas, carnes variadas y postres refinísimos.
¡Miren que alegres! ¡Hay más esclavos que comensales!
Pero, ¡bah! Eso no es nada en comparación con lo que les
esperaba a los pudientes una vez se instauró el imperio. Aquello ya era harina
de otro costal.
¿Qué no se lo creen? Está bien. ¿Saben qué consideraban como
auténticas delicatessen por aquella época? El loro y el flamenco, especialmente
sus lenguas, así como los pavos reales y las grullas.
De hecho, a los romanos les encantaba todo lo que tenía
alas, tenían como una obsesión extraña. También comían faisán, tordos, gansos y
pintadas…aunque bueno, eso se sigue comiendo hoy en día. Está documentado que
engordaban a los pobres bichos con harina hervida, hidromiel y pan empapado en
vino. Olé.
¿No han tenido suficiente? Bien, otra delicatessen eran las
ubres y las matrices de las cerdas, así como los perritos lechales…mmm, riquísimo.
No sé que llevará ese plato, pero buen rollo no da, precisamente...
Supongo que uno de los alimentos que más les debe sonar (por
el hecho de que se han encontrado ánforas llenas) es el garum. El garum era una
especie de salsa hecha con las vísceras fermentadas de pescado que era muy
apreciada por las clases pudientes porque le atribuían poderes afrodisíacos. A
mí me está dando gustirrinín solo de imaginármelo.
Lo cierto es que su gula no tenía fin. Cuando había buen
dinero los romanos servían unos banquetes que no había manera de acabárselo,
que me gustaría ver al tío de “Crónicas carnívoras” en una de esas fiestas, se
le iba a quitar la sonrisilla de la cara.
Por cierto, que si estaban llenos no había problema, se iban
al vomitorium (sí, existía) y vuelta a empezar.
Pero no pasaba nada, la gente del pueblo se conformaba con
comer en la calle algo de pan y las morrallas del pescado en salmuera, el
maenae. Los altramuces y las algarrobas constituían un delicioso
acompañamiento. Muy seco y salado todo, la verdad, no me extraña que bebieran
tanto vino.
Pero no todo son malas noticias. En un arranque de
solidaridad y buen hacer, el emperador Aureliano repartió carne entre la plebe.
Era de burro, porque la de buey se reservaba para los VIPS pero bueno, menos daba
una piedra.
¿Y ustedes qué? ¿Están dispuestos a sentarse a la mesa?